martes, 17 de mayo de 2016

VIII Vuelta a la Casa de Campo


Madrid, 8 de mayo de 2016 – 9:30 horas

Sinceramente, creo que ya me iba tocando tener una carrera así. Tras cinco años corriendo, quitando alguna gotita durante unos metros, o el último kilómetro lloviendo discretamente, nunca había competido desde el principio hasta la meta diluviando.

Todas las previsiones anunciaban que a una semana lluviosa la iba a rematar un domingo de bastantes precipitaciones. Y en esta ocasión, no fallaron los pronósticos. Desde el sábado no paró. El domingo amanece igual. El cielo está muy gris y oscuro y llueve copiosamente. Cuando suena el despertador solo hay dos opciones, ser cobarde y abandonar antes de comenzar, ser verdaderamente corredora y acudir a la cita con la tapia de la Casa de Campo, eso sí, rogando por el camino que el agua nos abandone durante unas horas y solo tengamos que luchar con el barrizal que debe haber por allí.


Un día como el de hoy desluce cualquier prueba. Los corredores aguardan hasta el último momento dentro de la estación del metro de Lago. La zona del aparcamiento se encuentra prácticamente desierta, las carpas de la organización están situadas sobre barro. El personal del ropero lucha por colocar las bolsas de plástico, con las mochilas dentro, en el lugar menos embarrado. Alrededor solo vemos charcos, y según pasen las horas la zona va a empeorar aún más.

He quedado con Alicia Mahillo y Héctor Hernández, es una lástima que no tengamos ni una foto del momento. También coincidimos con Megane Cerezo y Pablo Gallardo.

Todo es atípico esta mañana. ¡Qué complicado es ponerse un dorsal sujetando el mango del paraguas, con la mochila colgada! Voy a estrenar el chubasquero, siempre confié en que no viese la luz, una prenda bastante odiosa, que me ayudará a no mojarme demasiado durante la espera y que dudo que conserve durante toda la carrera. Por su parte, Alicia Mahillo no está muy dispuesta a separarse de su paraguas, no ha traído ni chubasquero ni nada para cubrirse antes de comenzar. Héctor Hernández, en cambio, viene más preparado, lleva un poncho azul del maratón de Barcelona.

Ya con los dorsales, nos situamos cerca de la zona de salida, donde reina toda una amplia gama de modelos, gente en pantalón corto y tirantes, otros con bolsas de plástico sobre el cuerpo, con chubasqueros… Justo nos anuncian que debemos colocarnos cuando llegan Christian Camacho, Víctor Nieto y Rocío Martínez. José Ignacio Fernández, de Corricolari, anda de aquí para allá, pendiente de que todos los corredores nos situemos del otro lado del arco. Se disputan dos pruebas, de 16,5, la vuelta a la Casa de Campo, y de 5kms, la carrera de la familia, tomaremos la salida todos al mismo tiempo.

Me coloco bastante delante, aunque mi idea no es la de ir fuerte, por el perfil y porque está muy cerca el maratón de Madrid. Lo que llamamos “hacer una tapia” es duro, por sus subidas y bajadas, y un terreno desigual, de tierra, piedras… y este domingo barro, mucho. Nunca había corrido por aquí con estas condiciones, además, está claro que la recorreremos con bastante lluvia. Nada más iniciar el recorrido, por el Paseo de María Teresa, hallamos el primer gran charco, ocupa casi todo el carril bici, la mayoría tratamos de sortearlo y un corredor nos grita “si os vais a mojar los pies, mejor empezar cuando antes”. A mí eso no me convence, soy asfaltera y mientras pueda conservar mi parte inferior seca, lucharé por ello.


El asfalto permite ir calentando las piernas, durante este tramo nos iremos abriendo y ya no correremos tan apiñados, en breve entraremos en constantes subidas y bajadas y mejor correr separados. El Km1 es el más cómodo, cuando tomemos contacto con la tierra, sobre el Km2,5, ya no la dejaremos hasta los dos últimos kilómetros. Los ascensos no son muy pronunciados hasta el Km4 que a partir de aquí se sucederán hasta el final. El barro resbaladizo y los incesantes charcos que ocupan todo el carril más transitable no permiten mantener un ritmo muy constante. En el Km4,5 pasamos a la tapia propiamente dicha. A la derecha tendremos la pared, en la parte central el camino, y a la derecha la vegetación, fundamentalmente hierba encharcada.

No quiero decirlo muy alto, me va gustando la sensación de correr con el agua mojándome la cara, no por igual la del pelo cada vez más pegado. Justo pensando esto aumenta el aire de frente y la lluvia golpea con más fuerza, precisamente en una bajada pronunciada, aunque corta, la que está frente a los raíles del tren, sobre el Km5,5. Tras un tramo sobre piedras, sin tanto barro, en el que se corre mejor, llegamos a la primera subida en el Km6,5. Voy tan pendiente del terreno que ni reparo en las caras de quienes llevo cerca, aunque a muchos ni se les ve el rostro por las gorras ajustadas.


A partir del Km7 nos reciben las buenas cuestas, afortunadamente, corremos por terreno con más piedras y resbala menos. Este recorrido habitualmente es bastante solitario, con el domingo que hace, mucho más, sin embargo hay corredores, muy pocos, que al cruzarse con nosotros nos llaman “valientes” ¿y ellos que son? Nosotros estamos aquí en parte obligados o motivados por tener un dorsal para este día y hora.

¡Y nos encontramos con la gran cuesta! Le ponemos ganas y arriba… Algunos ni lo piensan, nada más verla, directamente comienzan a caminar. No es demasiado larga aunque su inclinación la hace dura y para rematarla, cuenta con una gran bajada, que me da bastante más reparo, hay que buscar el espacio más propicio para no rodar.

En el Km8 nos espera el avituallamiento. Hay que reconocerles el gran mérito hoy a los voluntarios, aguardando bajo el chaparrón para entregarnos una botella y además con una sonrisa y palabras de ánimo. De nuevo, nos toca subir.


La lluvia no está dispuesta a abandonarnos. Trechos intransitables de constante patinar, vamos zigzagueando de una lado a otro tratando de encontrar un lugar adecuado para avanzar.

En el Km10 la zona de bosque, con árboles muy juntos, nos resguarda del agua y de ahí pasamos a carriles estrechos muy embarrados por los que corremos en hilera, tratando de seguir los pasos de los que llevamos delante para copiar su itinerario. Pienso, erróneamente, que los Kms12 y 13 han sido los dos peores y aparece el Km14 del Zoo, cuesta abajo y con barro muy resbaladizo y pegajoso, por el que prácticamente la mayoría caminamos. Jugamos a mantenernos en pie, moviéndonos a cámara lenta, el tramo más pesado de superar de toda la carrera.

Por fin, volvemos al asfalto, sobre el Km15, al Paseo de los Plátanos que nos devolverá al Paseo de María Teresa. Aumento el ritmo y voy adelantando compañeros. Tengo muchas ganas de terminar. Aquí los árboles están más separados y no nos protegen apenas, me molesta el agua golpeando mi cara, resbalándome por los ojos. El final tenía que ser a lo grande, me faltan escasos 200 metros para concluir la carrera y se inicia un aguacero increíble. Me sorprende mucho ver a varias chicas con paraguas animando en meta y más aún, a José Ignacio Fernández, con su mejor sonrisa, al otro lado del arco, aplaudiéndonos a los que lo cruzamos.


Ha sido una carrera muy diferente, no me ha desagradado, al contrario, he disfrutado y al terminar me siento contenta. A partir de hoy sé que si quiero correr sobre barro, saltar charcos… puedo hacerlo al lado de casa, en la tapia de la Casa de Campo, a la que todavía no conocía de esta forma.

Saludos, abrazos, besos,


María Caballero

@MCG66Madrid






2 comentarios:

  1. Soy de los que disfrutan corriendo por el campo y con lluvia, por lo que tu crónica lo que me da es una envidia increíble ;-)

    Con otra como estas te acabas pasando al monte!!.

    BSS

    ResponderEliminar
  2. Estoy con Halfon... envidia cochina. Nada de chubasquero...una gorra y a correr, yo era reacio a la gorra, pero es la mejor opción sin duda. Ánimo y por la siguiente

    ResponderEliminar

Dame tu voto ¡Gracias!

Dame tu voto en HispaBloggers!

Contador Visitas