jueves, 30 de abril de 2020

Corriendo hacia la nueva normalidad






Siempre consideramos que los normales somos nosotros, y de igual forma, lo que hacemos, lo vemos tan normal ¿y si de pronto todo cambia?

Es curioso cómo en épocas de crisis o desastres naturales aparecen y se generalizan términos que incluso dan un poco de grima, y sin embargo se imponen y terminamos incorporando sin más, como sucede con la nueva normalidad, que de entrada, lo único que me provoca es rechazo. Si a lo que tenemos que vivir a partir de ahora debemos bautizarlo, para mí será más bien la nueva realidad, más cruda, más dura y sin el halo envolvente de lo que desean hacernos creer que será normal.

Porque me niego a que sea normal vivir con desconfianza, miedo o temor a que el virus repunte y volvamos a la casilla de salida, o a muchos puestos atrás, y se disparen de nuevo los contagios y muertes.

Porque no podemos normalizar que unos cientos de muertos diarios sean buenas noticias, cuando lo único bueno es el cero.

Porque va a ser muy duro asumir que si tú haces mal las cosas me puede tocar enfermar a mí o a mi familia, y si lo hago yo ¿a cuántos puedo perjudicar?

Porque llamamos ilusos a quienes ansían un golpe de suerte en juegos de azar, y ahora vivimos pendientes de la ruleta que logre sacar como premio gordo una vacuna o un tratamiento, y mientras, nos preocupamos cada día más de que nos devuelvan nuestras personales normalidades, sin mirar aún de frente a la crisis económica que nos acecha y con la que nos encontraremos de cara más pronto que tarde, o la abultada deuda que ha generado toda la crisis sanitaria.

El ser humano posee una autodefensa comprensible solo para cada uno de nosotros, y así, muchos planean (de momento esperaré), como si fuese su cumpleaños, o el primer día de vacaciones, cómo será el regreso a correr en la calle tras tantos días sin poder hacerlo; o el cambio que van a pegar cuando, por fin, reabran las peluquerías, y luzcan corte de pelo nuevo, tinte incluido y manicura francesa; o simplemente, pasear, sin tener que llevar una bolsa de compra colgando del brazo.

Cualquier cosa que nos haga seguir adelante, bienvenida sea, a cada uno nos tocará vivir nuestra personal normalidad, dentro del derrumbe de todo lo que considerábamos normal hasta hace muy poco.




María Caballero





jueves, 23 de abril de 2020

Clases de política y políticos sin clase





Todavía habrá quien afirme que se aburre durante el confinamiento, con lo que nos amenizan nuestros políticos y gabinetes de expertos, van a desbancar a series, culebrones y programas de entretenimiento, y lo que es más triste, con un mal guion y con peores actores.

Al principio del encierro me propuse confiar, no ser crítica y hacer todo lo que estuviese en mi mano para ayudar, no ser un peligro y, por supuesto, no empeorar la situación, al menos la de mi alrededor. Las dos primeras terminaron en la basura hace tiempo. La tercera no nos queda más remedio que seguir con ella y cuidarnos y cuidar de no contagiarnos ni contagiar.

Si quienes suponemos que atesoran la información buena, esa de primera mano, la calentita, la que a todos nos gustaría tener van como locos al volante sin frenos ni casco ¿cómo vamos a ir los pobres ciudadanos a los que nos llega información manoseada, tergiversada o tamizada? Pues claramente, como podamos o sepamos o según nos pille el día.

Las malas situaciones siempre tienden a empeorar. Y si quienes poseen las llaves ni siquiera son capaces de abrir las puertas en el momento oportuno, se encontrarán con un tropel de gente queriendo salir por su santa voluntad, o lo que se traduce en que al final la gente se termina cansando y sale y hace lo que le parece o no debe.

De no necesitarse salir con mascarillas a la obligatoriedad en unas semanas. Que vamos a comenzar a hacer tests, ¡oye que aún no! Desinfecta los zapatos al llegar a casa, ¿y eso para qué?, (risa de medio lado), mientras desinfectan aceras y carreteras cercanas a centros de salud, hospitales... Los niños saldrán a la calle a acompañar a sus padres a hacer la compra, a la farmacia o al banco, ¡eh tú, que la gente anda como loca con la medida! Bueno... entonces que salgan una hora todos los días y pueden correr, llevar pelotas y monopatines (lo más adecuado para controlar a los críos), siempre en el ratio de un kilómetro del hogar (y si en esas calles hay muchos niños turnos como en la carnicería o masificación y lío), podrán ir acompañados de sus padres o un hermano mayor (¿entonces si les apetece bajan solos a la calle? No, siempre con los padres. ¡Pues cambia de verbo!).

Claramente lo que lleva paréntesis son mis puntualizaciones de mi rueda de prensa particular.

Y por último uno de mis capítulos favorito, la venta de mascarillas y gel hidroalcoholico, desaparecidos e inexistentes semanas antes del confinamiento y justo cuando el Gobierno fija un precio máximo, las farmacias con sus trastiendas y almacenes a rebosar, comprados los lotes a un precio muy superior al fijado y amenazan con no vender los productos porque aseguran perderán dinero. Mientras, en otra España paralela, tímidamente, reabren nuevamente los comercios de alimentación los ciudadanos chinos y regalan una mascarilla al cliente que va a comprar a su tienda, al final se cumple el dicho de mi madre de que dinero que te gastas en comer te lo ahorras en farmacia, y es que si por una barra de pan dan una mascarilla gratis, van a lograr el precio más bajo de este objeto.










María Caballero
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viernes, 17 de abril de 2020

Es hora de pedir, aunque no te den



Los Gobiernos no son sordos, ni ciegos, nunca he hablado de política en público, ni hoy será el día en el que comience a hacerlo. En lo que he pensado es en eso tan trillado del que no llora no mama. Solo nos hace falta sentarnos delante de la tele, conectar la radio, o leer la prensa para darnos cuenta de que nuestros políticos, a la ya larga lista de todo lo prioritario y esencial que tienen que resolver van añadiendo las demandas o deseos de los que más lata dan para evitar revoluciones en un momento en el que lo que nos conviene a todos es estar tranquilos y en casa.

Por ello se rompen la cabeza tratando de encontrar la mejor forma de que los niños salgan a la calle, sin ponerlos en riesgo ni empeorar la situación actual. Los padres, profesores, psicólogos... y los propios niños han logrado que sus quejas se escuchen.

Otro dolor fuerte de cabeza para ellos son los deportistas no profesionales, que no solo hemos comprobado que podemos ser multados si salimos a hacer deporte, sino también que con toda seguridad no veremos competiciones populares en mucho tiempo. Y ahí andan trazando un buen plan para que podamos salir, sin masificar zonas, y sin contagiar o contagiarnos en tres entrenamientos. Y aquí se unen los que defienden que el caminar es deporte, que no perdieron su oportunidad de subirse al carro de las demandas. Y los paseantes, que aunque su paso sea lento o moderado exigen sus derechos.

El problema llega cuando no se es niño, ni corredor, ciclista, patinador, caminante... y claramente también se tiene todo el derecho a salir, de forma ociosa, y no solo para ir a trabajar, comprar, al banco o a la farmacia. ¿Si eres fotógrafo urbano tendrás tu día y hora para poder estar en la calle? ¿Podrás bajar a hacer yoga o taichi en un jardín? Probablemente no, porque te has quedado en esa parte silenciosa que cuando hubo oportunidad de poner nerviosos a los políticos no manifestaste tus necesidades, o no formaste un gran grupo de quejicas.

Al final se formarán guetos, incendiando ánimos, enfrentando a los que sí pueden contra los que no pueden hacer lo que les gusta y apetece en el exterior, y así me ha dado por pensar en un carnet, para fichar en la calle, y que todos tengamos nuestro rato para salir y hacer lo que nos dé la gana, en diferentes horas, días... para evitar aglomeraciones y poder seguir con la distancia de seguridad y que al siguiente grupo con derecho a salir no le pongan verde como ocurre actualmente con el de los perros.







María Caballero




domingo, 12 de abril de 2020

¿Café a las 5?





Mientras charlamos, mi amigo me suelta que me va a apuntar para un café sin falta en cuanto salgamos de ésta. Llevamos varios años con uno pendiente que nunca llegó, no sé si por no tener tiempo o por no sacar ganas. Hoy nos tomaríamos con gusto uno de esos malillos, muy aguados, con color clarito, incluso sin azúcar, en un bareto de olor a rancio y luz mortecina, nos parecería el mejor manjar de palacio. Pese a la no coincidencia en espacios nos une más de lo que nos separa, un día sacamos intimidades, miedos y rabias que casi nadie sabe, y no fruto del alcohol, fue gracias a la luna y a paseos infinitos que no tenían destino pero sí sentido, porque cuando la charla es buena, da igual darle cuatro vueltas completas a la Gran Vía a las dos de la madrugada, lo que cuesta es dejar de hacerlo y que se rompa el hechizo.

A ver si nos vemos, a ver si quedamos... íbamos soltando todos, deseos en el fondo del tintero que nunca fueron, quebrados en un parón, detenidos por un confinamiento que rima con resentimiento y también con agradecimiento, hacia esos cafés eternos que empiezan a las cinco y duran hasta las siete, que nos han salvado de más de un naufragio emocional, delante de los cuales hemos anunciado buenas noticias, inventado planes, reído hasta el dolor o disfrutado de los primeros tímidos rayos de sol primaveral.

A mí apúntame al primer café que podamos tomarnos fuera juntos, bien caliente, muy cargado, al café invito yo, tú vente con la charla y la paciencia suficiente para que ese negro café nos dure dos horas o tres.






María Caballero
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viernes, 10 de abril de 2020

Vía Crucis en el pasillo





Como nunca viajo en estas fechas no se me ha arruinado ningún gran plan, aunque sí tenía uno, el de todos los años, disfrutar de la ciudad semivacía, salir a correr sin ver prácticamente a nadie, pasear escuchando a los pájaros con el silencio a la espalda, respirar más sano sin tanto coche atronando. Semana Santa rara de recogimiento obligado, de silencio que molesta, de calles fantasmas, de Madrid a rebosar de gente oculta en casa. Si no fuese por el olor a torrijas no reconocería estas fiestas. En mi barrio no vamos a cantar saetas, ya ni siquiera gritamos como acostumbrábamos. No soy de ir a procesiones, sin embargo me duele que tanta gente se quede sin ellas este año.

Nosotras lo más típico que haremos es el Vía Crucis en el pasillo, porque parece mentira que siendo solo tres este espacio esté siempre lleno. Tengo dos, de pocos metros cada uno, y además los cierra una puerta, abres... y está mi madre, que justo sale de la cocina, cierras... y aparece mi hermana siguiendo mis pasos. Temo hasta una sanción por aglomeración. Mi madre siempre se cabrea si llega y estamos las dos mostrando chistes la una a la otra desde las pantallas de nuestros móviles, más o menos lo que ocurre en las calles, siempre te plantas donde más molestas, y ahí te quedas. Si está recien fregado, más tentador aún, hay que pasar varias veces, hacia un lado, hacia otro..., te quedas de charla. Pienso que lo que nos gusta es el ambientillo que se crea en ese mini espacio, que es lo que nos va a los españoles, el mogollón, si un bar está casi vacío no nos gusta, si llegamos y sale la gente por la puerta, nos encanta, empujamos y entramos también. Donde hay gente hay alegría, el Rastro, la Cabalgata, la Gran Vía en Reyes, Sol en rebajas, cartelera de estreno, las ferias de barrio, las Procesiones. Somos de contacto, de calor, de bullicio, de ruido, de voces altas, de grupos. El distanciamiento social que nos salva, nos destiñe el alma, nos borra la ñ de España, somos peligrosos, letales, si me relajo un punto, te veo y te meto un abrazo, o te planto dos besos, y es que como se suele decir, es imposible ponerle puertas al campo.






María Caballero

martes, 7 de abril de 2020

Somos muy afortunados





Esta pandemia mundial nunca debimos vivirla, ni ahora ni en ningún otro momento, si le queremos sacar la parte buena, también la tiene, nos ha pillado en plena era de las redes sociales y de los múltiples medios de comunicación.

Seguro que has visto multiplicarse tus grupos de wasap estas semanas, no es buen momento para abandonarlos sin quedar fatal, ni siquiera de silenciarnos, no vaya a pasarle algo a alguien y ni nos enteremos. Aguantamos estoicamente el bombardeo de chistes, de vídeos empalagosos, de cadenas de amor que no debemos romper... Y esos grupos cada vez contienen más gente, a la que ni conocemos, porque comenzó llamándose de amigos y no faltan cuñados o vecinos de no sabemos quien.

Igualmente seguimos en contacto con un montón de gente, de múltiples ciudades y países, a través de las redes sociales, algo totalmente impensable sin ellas. Las ocurrencias, recuerdos y buenos pensamientos de cada uno superan a lo que nos toca tragarnos que no nos gusta en absoluto.

Tenemos suerte de poder charlar con quien nos apetezca por muchos medios y más aún somos afortunados por las riadas de información diaria que nos llega, buena, y regular, totalmente veraz, o maquillada dependiendo de la ideología del medio. Información que merecemos, que exigimos y buscamos si la que nos proporcionan no nos satisface.

Muchos crecimos con dos únicos canales de televisión, la 1 y la 2, hasta que llegó Telemadrid. Poca o ninguna prensa escrita, porque, al menos en mi casa, nunca vimos un periódico, hasta que siendo ya adolescente, una señora algo más pudiente le dejaba a mi padre en el bar periódicos y revistas porque decía que yo era una niña muy despierta y seguro que me gustarían. Y en ellos había poca información que contrastar al ser todos los ejemplares de la misma ideología política.

Y mi mayor tesoro fue la radio, la mía, cuando me dejaron un aparato viejo para mí solita, al comprar uno mejor para la familia. Escuchaba todos los programas que podía, tertulias, de música, y aún hoy sigo pegada a la radio, y que no me la quiten.

¿Cómo hubiésemos llevado este estado de alarma en aquellos años? Seguramente muy engañados, completamente desinformados y totalmente incomunicados. Ahora nos ponemos de los nervios en cuanto falla internet, perdemos la paciencia si va lento..., soy de esa generación en la que escribíamos cartas a los abuelos y tíos porque llamarles por teléfono salía muy caro, había que poner una conferencia con el pueblo y no siempre había dinero para ello, ahora nuestro mundo va tan rápido que nos cuesta digerir toda la información que nos llega, nos comunicamos mal y en el fondo estamos aislados porque cuando hay oportunidad de comentar lo que publica otro lo que nos preocupa es publicar nosotros más, y las redes sociales son una inmensa caja llena de gente hablando a solas.





María Caballero





sábado, 4 de abril de 2020

La vida sigue igual





Ya han salido las margaritas silvestres, y este año lo han hecho sin mí. Los patitos del lago nadarán alegres en sus primeros días de vida y cuando llegue a verlos no los distinguiré de los adultos, todos habrán alcanzado el mismo tamaño. Pienso en tantas cosas que siguen su curso, sin necesitarme ni añorarme, no soy necesaria en casi ningún sitio.

Veo el cambio de los días porque tengo ventanas, eso afortunadamente y por mi salud, sé que del otro lado hay una vida que me estoy perdiendo. Nunca estuve tan encerrada, tan alejada de lo que me rodea. Cuando salga será como el regreso de un viaje, en el que ansiosa me gusta comprobar lo que ha cambiado y lo que no, solo que esta vez la que más habré cambiado seré yo, vivir tanto, tan duro y tan rápido hace que un trocito del corazón se carbonice para siempre y no vuelva a regenerarse nunca.

Lo más extraño es que no tengo ganas de llorar, motivos hay, no quiero detenerme, dejar de hacer, pararme, sensibilizarme, rozar siquiera la realidad con todos los sentidos a un tiempo... porque cada vez que os veo la mirada triste, perdida, el ánimo bajo, la cabeza gacha... me entran unas ganas tremendas de gritar, de romper cosas, de abrazaros muy fuerte, y no lo hago porque sé que lloraremos, lo que no soluciona nada y además habremos de admitir que tenemos miedo y si lo decimos en voz alta se hará fuerte y se colgará de la lampara para saltarnos encima en cualquier momento y debilitarnos.

Estamos construyendo una fortaleza, cuesta un mundo lograrlo, a base de costumbres tontas, de no salirnos de nuestros horarios, de darle importancia a las pequeñas cosas, de rutinas rancias, de recuerdos sólidos, de normas rígidas, de planes futuros, de listas eternas, de todo lo que aunque no mate al miedo lo hace pequeñito, lo anula a grandes ratos y casi logra que lo olvidemos entre risas: ¿mañana tampoco abren la peluquería? No mamá, mañana tampoco, ¡pues vaya con la mierda del encierro, que cuando pueda salir voy a ir con pelos de loca!




María Caballero





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