lunes, 10 de febrero de 2014

De cómo ser corredora urbana y sobrevivir


Madrid, 10 de febrero de 2013

Si como yo eres corredora popular, en una gran ciudad, y no te gusta estar eternamente encerrada en un parque, sino que lo que te va de verdad es dar vueltas por las calles cercanas, lejanas, o por esas que has ido descubriendo justo al empezar a correr y que antes no sabías ni que existían, y no te ha pasado nunca nada de esto, ¡mi enhorabuena!

Me podría definir como corredora callejera y, como dije en otro post, loba esteparia, puntualizando que hasta el ser más solitario, en alguna u otra ocasión, siempre busca la manada.


Lo primero que descubrí al comenzar, es que para ser una verdadera runner hay que vestirse como tal. No hay ninguna regla que prohíba salir con esa camiseta holgada, cómoda (tu preferida), o ese pantalón de chándal, que te da suerte y te niegas a dejar atrás, pese a ser muy pesado para los entrenamientos. Empecé más o menos con esas pintas, y no me veía muy corredora que se pueda decir, ni el resto de la gente tampoco, estaba claro, por cómo me repasaban de arriba abajo con la mirada. Al cambiar la forma de vestir, elegir las prendas técnicas que aportan comodidad y también nos dan otro aire, empecé a creerme que de verdad podía llegar a ser una de esas que veía en las revistas como populares. Además, si nos ponemos monísimas para cualquier cosa que hacemos, ¿por qué no para salir a correr? Hay que hacerlo con mucho más motivo, es nuestro momento, ese tiempo que nos dedicamos a nosotras, principalmente si entrenamos solas e intentamos que nada más importe, sólo el contacto de nuestras zapatillas contra el suelo.


Lo segundo que aprendí, es que da igual ir como un adefesio o preciosa, a las corredoras no nos respetan mucho los conciudadanos en general, no nos ven como elementos peligrosos, tenemos que buscarnos la vida.

Si hay un corrillo de personas en medio de la calle lo de que te dejen paso, impensable, como mucho miran, y si no eres una tanqueta, ni se mueven, ¡lo haces tú!, te bajas al arcén (si lo hay) o a la carretera. Puedes protestar, da igual, ni te oirán. Si andan en hilera (¡ay, si son abuelitas!), igual, o peor, lo mismo hasta te regañan como si fueses su hijita, y te recordarán que: “por la acera no se corre que un día terminarás tirando a una señora”, deben pensar que somos elefantes en estampida…

Y ese cruce de miradas con las personas que vienen de frente en grupo ¿qué? Te miran.., les miras.., y no se mueven; y tú más cerca, te miran.., les miras… ¡Y que no se mueven! ¡Incomprensible! Y si lo hacen casi peor, porque si vas por la izquierda, se va todo el grupo a la izquierda, y olé.

No me imagino a ese grupito, de machitos graciosos, marcando el paso a un tiarrón que se acerca corriendo; ni soltando frasecitas como: “venga, un poquito más de ritmo guapa”, “vamos, bonita, que ya llegas, ánimo que lo consigues” y… menos que a un corredor, en un minuto, le repasen su anatomía a voces.


Y esas señoras, con perritos y cadenas eternas, que ocupan tu acera y la contraria, tan metidas en su mundo que nunca se enteran de lo que pasa a su alrededor. Si el perrito es pequeño se asusta, se mosquea y te ves perseguida por el perro y con la dueña dando cadena para que te alcance con facilidad. Si es cachorro, te ve como a su amiga del alma y te salta encima, te chupa y ahí ya pierdes el ritmo y si te gustan los animales hasta la tarde entera… Si es perrazo, toca correr sin mirar las pulsaciones que llevas, porque ese te mira con cara de pocos amigos y lo que quiere es comerte, con tu bonito conjunto, zapatillas y lo que lleves, y, por lo general, la dueña no tiene suficiente fuerza y tú muerta, porque como se suelte el animalito me come, que le veo, que sí… Y encima se queda con tu cara, y te recuerda para otros días… ¡Esa calle ya, tachada!

Y esos coches (los conductores digo), que en el ámbar aceleran, y encima te piden perdón desde la ventanilla, para fastidiar más, supongo, y luego miran hacia atrás, no entiendo bien si para ver si nos mosqueamos o porque les hemos gustado, pero siempre provocan mucha inseguridad, en esa situación hay un momento de desconcierto entre el paso, se me lanza, me deja… un poco angustioso.




Lo más motivador son esos corredores que no soportan llevar a una mujer delante (¿igual que cuando conducen?) y se lanzan a jadear detrás hasta que te pasan, y escuchas las pisadas como si fuesen a hundir el terreno, y nada más ver que han conseguido superarte, te miran de reojo por si a ti te da por seguirles y ahí se mueren, o les dejas que “ganen” y se marchen contentos por su triunfo: “he superado a una mujer corriendo”. Y los patéticos, que cuando descubren que les plantas cara y aceleras, y no pueden… lo intentan… y no pueden… cambian el camino, ¡que sabes de sobra que llevaban porque no hay otro!, y te miran, ¡por supuesto! con cara de suficiencia para que entiendas que ese no era su trayecto, ¡no, el suyo era cruzar dos carriles con el semáforo en rojo y meterse en una calle sin salida, para perderte!


¿De dónde ha salido este niño? Le miras y hace lo propio y sonríe. Aceleras el paso y no sólo te lo aguanta, es que sube los bracitos a la altura de los hombros y te adelanta, eso sí, con mucho cuidado de no perderte, eres su trofeo… ¿Dónde está la madre del crío? Ni rastro… ¿Bonito y tus padres? Como los que están en medio de la calle, no oye, ni habla… Te paras y ves su carita de tristeza… y su ¿ya no corres? ¿Contigo? ¡Noooo! ¿Dónde están tus padres?

Si te vas por zonas poco habitadas, vas con miedo; si la zona es concurrida, imposible correr. Justo hago lo que aconsejo que el resto no haga, y es ir por zonas en las que pocos seres humanos veo, esa debe ser mi naturaleza, es lo que me atrae, ese mirar hacia adelante y solo ver un largo camino que recorrer, con la ilusión de que nadie más lo ha pisado antes, como si fuese una exploradora de kms descubriendo una nueva ciudad.

A mí como mujer, corredora o paseante, lo que más me altera la paciencia es esa pregunta de ¿pero qué has hecho un maratón entero? ¡No, cuarto y mitad, y el resto me lo han homologado! Y la que viene después, a prueba de toda santa ¿pero tú corres?


Que nadie piense, si no corre, que solo esto nos pasa a las corredoras urbanas, nada más lejos de la realidad. También está la gente que, como nosotros, está habituada al sonido de las pisadas rápidas y nos ceden sitio para que no perdamos nuestro ritmo y pasemos. Los coches que paran con más metros de los necesarios para que sepamos que podemos cruzar sin el peligro de que nos atosiguen. La gente que anima, sí y mucho, en cualquier calle y reconoce el mérito de estar por ahí dando vueltas con el frío, el calor, la lluvia; y si es conocido nos suelta un ¿hasta aquí has llegado corriendo chiquilla? Los ciclistas que en verano, esperando a que cambie el semáforo, ofrecen agua, tras mirarnos y comprobar que no llevamos. Y lo más grande de todo es que, incluso corriendo solas, tenemos grandes compañeros/as, esos seres que aunque no compartan los entrenamientos con nosotras parece que los llevamos al lado…

Saludos, abrazos, besos,

María Caballero
@MCG66Madrid


4 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. María , me ha gustado mucho la entrada, describes tan bien las diversas situaciones que me parece visualizarlas. Muchísima suerte en Sevilla.

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  3. Perfecta descripción.
    A mi me hace gracia el que te pregunta eso de: Y de cuantos kilómtros es el Maratón ese de la San Silvestre?? jejejeje.

    Un beso, amiga.

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  4. Totalmente identificada!!!! Jajajajjaja Buenisimo!

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