viernes, 24 de julio de 2015

Soy de las que un día dijo: haré cualquier cosa antes que correr


Madrid, 24 de julio de 2015


Este Blog nació el 25 de marzo de 2013. La idea inicial fue publicar la carrera que en esos días iba a correr y, a continuación, contaros un poco cómo habían sido mis inicios como corredora popular. Andaba inmersa en tanta actividad que un post llevó a otro y a otro… nunca encontré el momento de escribir una presentación sobre mí.

Ahora, puede que sea tarde. Al no dormir nunca la siesta, esas horas sofocantes de verano, las utilizo para estas reflexiones.

Coincidir con compañeros del colegio está genial, hacemos repaso de los que seguimos viendo, de aquéllos que hacen como si no nos conociesen de nada y sacamos, solo un poco, la vena mala, comparando quiénes se conservan mejor que nosotros y quiénes ni parecen de nuestra misma edad. Hace unos días, junto con el ¿te acuerdas de todo lo que hicimos juntas en el cole?, comenzó a tintinear en mi cabeza un recuerdo que llevaba ahí dormido tantos años que sigo sorprendida de que reapareciese sin llamarlo, gracias a él, y aunque no lo parezca, debo confesaros que soy de las que un día dijo, haré cualquier cosa antes que correr, y es que hubo un tiempo en que no solo no me gustaba, es que aborrecía esta actividad.


Con el final de curso llegaba la fiesta, más que para nosotros, para nuestros padres, que se iban a pasar tres meses soportándonos. Lo habitual era preparar una obra de teatro, alguna pieza musical, una exposición…. hasta que apareció un joven y fornido profesor de gimnasia, lo que ya todos llamamos educación física, que ideó las carreras por relevos para divertir a nuestros progenitores y vecinos de los alrededores. Unos meses antes de concluir las clases lanzó la idea, el director la apoyó, y los chicos enloquecieron con su propuesta. A las chicas se nos quedó cara de: no cuentes con nosotras. Debimos pensar en bloque que no nos apetecía en absoluto culminar el último día sudadas, despeinadas, jadeantes y congestionadas… y más aún, delante de tanta gente. Era la edad de presumir y lucir divinas, no de afearnos más allá de lo natural en cada una.


Los entrenamientos fueron geniales, teníamos catorce años y todas las ganas de fastidiar a nuestro “Sansón”. Se paraba la clase cada dos por tres porque a una se le salía la zapatilla y no la encontraba; a otra se le soltaba la coleta; aquélla creía haber escuchado a su madre llamarla del otro lado de la valla… Nos ganamos el mayor de los castigos el día en el que escondimos un testigo y no apareció, amenazaron con quitarnos un punto en la nota media de curso, y nos dio igual, ¡éramos un equipo! Más tarde, ¡qué risas en el parque!, portando el testigo de trofeo, parodiando al profe, a punto de llorar de rabia, odiando correr.

Hubo compañeros que se encargaron de acordonar la zona exterior del colegio para que el público y los transeúntes no entorpeciesen la prueba. Otros controlaban que los corredores no hiciésemos trampas y que cada uno de nosotros daba dos vueltas antes de pasar el relevo a otro compañero. A mí me iba cualquier papel menos el de corredora. El musculitos repartió las tareas fastidiando a todo el mundo. Los que se morían por correr, y además lo hacían bien, se vieron obligados a permanecer quietos sobre un trozo de acera. Yo que me quejé, amenacé con no aparecer el día de la carrera y llegaba con ojos llenos de ira a gimnasia, tuve el privilegio de terminar los relevos de mi equipo, cargarme con toda la presión:

- ¡Corre más, tía, que te va ganando Santi, con lo gordo que está!

- María, no te estás esforzando nada, puedes correr más, nos vas a hacer perder…

¡Ese día odié con todas mis fuerzas correr!, pese a que todo el mundo nos felicitó, y ¡vaya panzada a besos que nos llevamos! Incluso el director nos devolvió el punto arrebatado por malévolas.

Al gimnasio acudíamos para entrenar las volteretas, el pino, saltar el plinto… No para correr, eso lo hacíamos en cualquier momento, nos salía sin más, formaba parte de nosotros. Siempre corríamos por placer, como obligación no lo entendíamos.


Ya que había salido esta historia, rebusqué, y saqué a tirones, otra en la que también corría con mal gesto y ganas de no tener que hacerlo nunca más.

Tras las vacaciones de verano, llegó el instituto, y ahí el profesor de educación física bien podría haber sido el padre del que se quedó en el cole. Eso sí, con el doble de edad, más músculos y peor mala leche aún. Todas sus clases comenzaban corriendo, para calentar decía, a pleno sol, o por la zona del patio donde zumbaba más el aire, dependiendo de la estación del año. El marcaba un número de vueltas y quien se quejaba las doblaba, así, dictatorialmente, y lo más genial es que leía la mente, miraba a alguien fijamente y soltaba un: ¡tú hoy triple, verás que al final te va a gustar esto…! ¡Señor, si no movíamos ni un músculo de la cara, casi ni respirábamos! Ahora que vamos tomando confianza, debo confesaros que en ese curso me juré que no volvía a correr ni por necesidad. Y me pasé años sin hacerlo, no corría ni por perder el autobús, incluso yendo con la hora ajustada, ¡ya vendrá otro! La gente batía sus marcas escaleras abajo en el metro, y yo tranquilamente… ¿Tú nunca te aceleras? Sí me acelero, pero no corro, ¡porque no me gusta correr, se suda, cansa, y es un coñazo!

Muchos años después, pasé de no querer correr, a no desear dejar de hacerlo. Los inicios como corredora popular han sido duros, dolorosos, a veces muy frustrantes. Pudiendo comenzar con toda la clase, con estilo, lo hice de la forma más patética posible. Os lo contaré en la siguiente entrega, en:








1 comentario:

  1. Si es que no se puede saber nunca que acabaremos haciendo. Yo en mis tiempos mozos estaba en un equipo de baloncesto y he de reconocer que lo del calentamiento alrededor de la pista tambien lo llevaba fatal.

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