viernes, 31 de julio de 2015

Nunca tuve intención de ser corredora, con ser jogger me sobraba


Madrid, 31 de julio de 2015

En los meses de verano, al no tener carreras que contaros, aprovecho para hacer repaso de lo que me apetece publicar y no he podido escribir durante el resto del año. Como comenté la semana pasada en Soy de las que un día dijo: haré cualquier cosa antes que correr, ya es hora de que cuente cómo fueron mis inicios, igual el tema no os interesa en absoluto, a mí es algo que me sigue faltando en el Blog.

Por la diferenciación que marco en el título entre corredora y jogger, no estoy diciendo que ser una cosa tenga más valor que ser la otra, simplemente, nunca imaginé que llegaría a competir en ninguna carrera, y muchísimo menos que esa prueba tendría 42k a lo largo de su recorrido, mi intención tan solo era, liberar energía.

¿Cuántos de vosotros no habréis comenzado a correr por estar desempleados, sometidos a un ERE o encontraros con una reducción de vuestra jornada laboral habitual? La crisis le ha quitado a este país tantas cosas como corredores populares le ha dado. A mí también me tocó, sin parar de trabajar durante 18 años, muchas horas y con el estrés y la presión siempre sobre la cabeza, pasé a largas horas desocupadas, tranquilidad durante todo el día, y eternas noches para darle vueltas a la situación en la que me hallaba. Al principio me parecía genial tener el tiempo libre del que había carecido, más tarde… ¿cómo gastar tanta energía para que no se volviese dañina?

A comienzos de febrero de 2011 me surgió la idea y ni lo medité, me parecía acertado y lo puse en marcha. Teniendo un hermano maratoniano y pudiendo iniciarme con todo el estilo, o al menos con mejor pinta, tiré por hacerlo a mi forma. Es muy suya la chica… muy suya…, por orgullo, por no fracasar ante los demás, decidí que fuese tan solo mío ese proyecto.



En esa época salía a andar, bastantes horas, algunos días, hasta cuatro, y eso era lo que creían en casa que iba a hacer también aquella tarde, a nadie le conté que trataba de comenzar a correr. Mi atuendo: camiseta de algodón gruesa (soy muy friolera), chándal, plumas y zapatillas deportivas (no específicas para correr).  Calenté caminando un par de vueltas alrededor de las calles cercanas. Para tener referencia de lo que iba a correr cada día, me situé en un punto próximo a mi casa. Me quité el plumas y me lo até a la cintura, puse el crono, ¡preparada…, lista…, allá voy! No sé si empecé muy rápido o lento, sinceramente no tengo ni idea, sólo sé que aquello costaba mucho más de lo que había imaginado, me faltaba el aire, boqueaba, sudaba, el corazón me dolía de lo rápido que latía, se me doblaban las piernas, se me nubló la vista… por un momento, sentía el desmayo muy cerca. A pesar de esas malas sensaciones, iba feliz, ¡menudo carrerón me había pegado! Paré, el crono se había movido ¡dos miserables minutos! ¿Y la distancia? ¡Qué vergüenza!, aún veía el punto desde el que salí. ¡No había recorrido casi nada! ¡Menudo bajón me pegó!

Ya recuperada, me dio la risa floja, mi primera vez los cinco minutos corriendo, cinco caminando se habían reducido a menos de la mitad. No podía parar de reírme.

Testaruda sí que soy. Al día siguiente, vuelta a empezar. Mismo recorrido, pésimo resultado.

La primera semana me dolía todo ¿y de qué? Lo mío no se podía llamar correr.

La segunda semana fue incluso peor. Mejoró el tiempo y la mitad de mis vecinos salieron a andar a mi hora de “correr” y me daba vergüenza, sí, lo reconozco, ¡muchísima!, tanta que si me cruzaba con alguien conocido paraba o me cruzaba de acera como podía, es decir, renqueando, con una pierna arrastrada por el asfalto, dando miedo a los coches que me veían.

Me transformé en una cotilla de parques, me sentaba en un banco a mirar a todo corredor que atravesaba por allí, y me fijaba en su estilo, respiración, zapatillas, ropa… ¡Ni uno era como yo! Debía seguir escondida, ocultando a la familia que corría.

En el Pinar de San José fue donde me solté un poco, entre tanta gente haciendo deporte pasaría más desapercibida, ¡qué ingenua! Un día vi que un corredor colgaba una botella de agua en un pino y se marchaba a correr, al rato bebía, la dejaba nuevamente y seguía corriendo. La idea era genial, no corría casi, pero pasaba una sed de muerte y cargar con algo me resultaba impensable, ¡si no podía ni conmigo! Colgué mi botella y me dispuse a realizar mi recorrido, ya de bastantes metros seguidos… Al volver a mi árbol descubrí a unos chavales llevándose mi agua, les grité, traté de alcanzarlos, ¡qué pardilla! A continuación se dedicaron a correr a mi alrededor burlándose: ¡qué fresquita el agua de la señorita! ¡ay, que se me cae la botella abierta! Pero yo seguía corriendo, que quede claro.

Practicaba (que no entrenaba) con la cabeza agachada, mirando al suelo, sin querer ver la cara de ningún corredor con quien me cruzaba, si me saludaba alguien, me ponía aún más roja del bochorno que me entraba.

¡Vamos bonita, si voy yo más rápido que tú!, y me adelantaba el abuelillo con su palo, dándose impulso.

¿Pero tú vas corriendo? ¿No se te da muy bien, verdad?, me soltó un niño una tarde y se prestó para hacerme de liebre, ¡cómo entendía el crío! él sí que llegará lejos.

En otra ocasión, para correr más rápido, no me até el plumas, lo dejé en el lateral de un banco, bien doblado, pequeñito, para que no llamase mucho la atención. Iba y venía. Hasta que fui y al girar una señora se llevaba mi plumas, con el DNI, las llaves, móvil… ¡ese día dejé de arrastrarme y comencé a correr en serio!, con todas mis fuerzas y alcancé a la señora, recuperé mi plumas y descubrí que podía hacerlo mejor!

Seguía sin localizar ni a un solo corredor como yo, ¡tan solo expertos de ropa bonita y zapatillas llamativas!

Con el calorcito cambié mi disfraz, camiseta de algodón, sí, y de propaganda, podéis mirarme por encima del hombro, y pantalón pirata, mismas zapatillas y clara pinta de “no te juntes con esa que no es corredora”. Si no sabía si podría con eso para qué gastar dinero, ni me lo planteé. Tampoco me relacionaba con nadie corriendo, todos mis conocidos ya eran maratonianos o iban camino de serlo muy pronto. No estaba en las redes sociales, no tenía que publicar foto tras cada tortuosa salida.

Comprobar que avanzaba y en pocos meses ya lograba completar 5 kilómetros sin parar me alegraba la vida, nunca tuve intención de ser corredora y participar en carreras como mi hermano, mis vecinos…, lo veía inalcanzable, con ser jogger y recorrer de forma tranquila, tintineando las llaves, una cierta distancia, me llenaba. Esa sensación de plenitud cambió en el momento en el que empapelaron el barrio con carteles de la XXI Carrera urbana de Carabanchel, me sorprendían por todas partes, escuchaba a corredores con los que me cruzaba comentar que participarían. No me llamaba la atención en absoluto la carrera, solamente el anuncio. Una noche me senté delante del ordenador, leí el reglamento al completo y sin saber cómo, apareció ante mí una frase que no me dejó dormir: la inscripción se ha realizado con éxito. ¡De verdad, no era yo! ¿Cómo lo hice? Si apenas aguantaba 5, ¿cómo pretendía completar 10kms de una de las carreras más duras? Correr me confundió, me creció, debió ser eso, más tarde aprendí a llamarlo superación.

Entre que las vecinas ya le llegaban con el chisme a mi familia: ¡he visto a tu hija mayor corriendo! ¿¿A mi hija?? ¿¿La mayor?? ¿Seguro que era ella? ¡Segurísimo, la misma!; y que tendría que contar que iba a participar en una carrera, principalmente, por si me pasaba algo, llegó el momento de tomar aire, confesar que había empezado a correr, bueno, más exactamente que llevaba ya cuatro meses y aguantar el chaparrón de críticas en casa.



Debía finalizar esa carrera, nadie confiaba en que lo consiguiese, la frase de disfruta mientras te sea posible y abandona cuando ya no puedas más, era el constante ánimo que me ofrecían. Compré mis primeras zapatillas de correr.




No considero que corra ni bien, ni mal, sencillamente, corro. Sin grandes marcas, he logrado terminar todo lo que me he propuesto, no habré llegado muy rápido a ninguna meta, aunque sí con la seguridad de que la cruzaría.


En 1:05:40 entro en meta en mi segunda carrera,
La Melonera, por el lado derecho de la pantalla.

Saludos, abrazos, besos, y hasta pronto.


María Caballero
@MCG66Madrid




3 comentarios:

  1. Esos comienzos son los de muchos, puede cambiar el exterior, pero el interior es el mismo.

    Me sienot reflejado en la sensación esa tan extraña que te entra con el primer "incripción completada con exito", no sabes donde te metes, ni siquiera sabes que nunca podrás salir.

    BSS

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  2. Muy inspirador. Gracias por compartirlo :)

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  3. "Constancia" es la palabra, los inicios quitando algún premiado por la madre naturaleza, como dice HAlfon son muy similares. Un besazo, y a ver si este otoño coincidimos en alguna.

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