Madrid, 10 de febrero de 2013
Si como yo eres corredora
popular, en una gran ciudad, y no te gusta estar eternamente encerrada en un parque,
sino que lo que te va de verdad es dar vueltas por las calles cercanas,
lejanas, o por esas que has ido descubriendo justo al empezar a correr y que antes
no sabías ni que existían, y no te ha pasado nunca nada de esto, ¡mi
enhorabuena!
Me podría definir como corredora
callejera y, como dije en otro post, loba esteparia, puntualizando que hasta el ser más solitario, en alguna u otra ocasión, siempre busca la manada.
Lo primero que descubrí al
comenzar, es que para ser una verdadera runner hay que vestirse como tal. No
hay ninguna regla que prohíba salir con esa camiseta holgada, cómoda (tu
preferida), o ese pantalón de chándal, que te da suerte y te niegas a dejar
atrás, pese a ser muy pesado para los entrenamientos. Empecé más o menos con
esas pintas, y no me veía muy corredora que se pueda decir, ni el resto de la
gente tampoco, estaba claro, por cómo me repasaban de arriba abajo con la
mirada. Al cambiar la forma de vestir, elegir las prendas técnicas que aportan
comodidad y también nos dan otro aire, empecé a creerme que de verdad podía
llegar a ser una de esas que veía en las revistas como populares. Además, si
nos ponemos monísimas para cualquier cosa que hacemos, ¿por qué no para salir a
correr? Hay que hacerlo con mucho más motivo, es nuestro momento, ese tiempo
que nos dedicamos a nosotras, principalmente si entrenamos solas e intentamos que nada más
importe, sólo el contacto de nuestras zapatillas contra el suelo.
Lo segundo que aprendí, es
que da igual ir como un adefesio o preciosa, a las corredoras no nos respetan
mucho los conciudadanos en general, no nos ven como elementos peligrosos,
tenemos que buscarnos la vida.
Si hay un corrillo de
personas en medio de la calle lo de que te dejen paso, impensable, como mucho
miran, y si no eres una tanqueta, ni se mueven, ¡lo haces tú!, te bajas al
arcén (si lo hay) o a la carretera. Puedes protestar, da igual, ni te oirán. Si
andan en hilera (¡ay, si son abuelitas!), igual, o peor, lo mismo hasta te
regañan como si fueses su hijita, y te recordarán que: “por la acera no se
corre que un día terminarás tirando a una señora”, deben pensar que somos
elefantes en estampida…
Y ese cruce de miradas con
las personas que vienen de frente en grupo ¿qué? Te miran.., les miras.., y no
se mueven; y tú más cerca, te miran.., les miras… ¡Y que no se mueven!
¡Incomprensible! Y si lo hacen casi peor, porque si vas por la izquierda, se va
todo el grupo a la izquierda, y olé.
No me imagino a ese grupito,
de machitos graciosos, marcando el paso a un tiarrón que se acerca corriendo;
ni soltando frasecitas como: “venga, un poquito más de ritmo guapa”, “vamos,
bonita, que ya llegas, ánimo que lo consigues” y… menos que a un corredor, en
un minuto, le repasen su anatomía a voces.
Y esas señoras, con perritos
y cadenas eternas, que ocupan tu acera y la contraria, tan metidas en su mundo
que nunca se enteran de lo que pasa a su alrededor. Si el perrito es pequeño se
asusta, se mosquea y te ves perseguida por el perro y con la dueña dando cadena
para que te alcance con facilidad. Si es cachorro, te ve como a su amiga del
alma y te salta encima, te chupa y ahí ya pierdes el ritmo y si te gustan los
animales hasta la tarde entera… Si es perrazo, toca correr sin mirar las
pulsaciones que llevas, porque ese te mira con cara de pocos amigos y lo que
quiere es comerte, con tu bonito conjunto, zapatillas y lo que lleves, y, por
lo general, la dueña no tiene suficiente fuerza y tú muerta, porque como se
suelte el animalito me come, que le veo, que sí… Y encima se queda con tu cara,
y te recuerda para otros días… ¡Esa calle ya, tachada!
Y esos coches (los conductores
digo), que en el ámbar aceleran, y encima te piden perdón desde la ventanilla,
para fastidiar más, supongo, y luego miran hacia atrás, no entiendo bien si
para ver si nos mosqueamos o porque les hemos gustado, pero siempre provocan
mucha inseguridad, en esa situación hay un momento de desconcierto entre el paso,
se me lanza, me deja… un poco angustioso.
Lo más motivador son esos
corredores que no soportan llevar a una mujer delante (¿igual que cuando
conducen?) y se lanzan a jadear detrás hasta que te pasan, y escuchas las
pisadas como si fuesen a hundir el terreno, y nada más ver que han conseguido
superarte, te miran de reojo por si a ti te da por seguirles y ahí se mueren, o
les dejas que “ganen” y se marchen contentos por su triunfo: “he superado a una
mujer corriendo”. Y los patéticos, que cuando descubren que les plantas cara y
aceleras, y no pueden… lo intentan… y no pueden… cambian el camino, ¡que sabes de
sobra que llevaban porque no hay otro!, y te miran, ¡por supuesto! con cara de
suficiencia para que entiendas que ese no era su trayecto, ¡no, el suyo era
cruzar dos carriles con el semáforo en rojo y meterse en una calle sin salida,
para perderte!
¿De dónde ha salido este
niño? Le miras y hace lo propio y sonríe. Aceleras el paso y no sólo te lo
aguanta, es que sube los bracitos a la altura de los hombros y te adelanta, eso
sí, con mucho cuidado de no perderte, eres su trofeo… ¿Dónde está la madre del
crío? Ni rastro… ¿Bonito y tus padres? Como los que están en medio de la calle,
no oye, ni habla… Te paras y ves su carita de tristeza… y su ¿ya no corres?
¿Contigo? ¡Noooo! ¿Dónde están tus padres?
Si te vas por zonas poco habitadas, vas con miedo; si la zona es concurrida, imposible correr. Justo
hago lo que aconsejo que el resto no haga, y es ir por zonas en las que pocos
seres humanos veo, esa debe ser mi naturaleza, es lo que me atrae, ese mirar
hacia adelante y solo ver un largo camino que recorrer, con la ilusión de que
nadie más lo ha pisado antes, como si fuese una exploradora de kms descubriendo
una nueva ciudad.
A mí como mujer, corredora o
paseante, lo que más me altera la paciencia es esa pregunta de ¿pero qué has
hecho un maratón entero? ¡No, cuarto y mitad, y el resto me lo han homologado!
Y la que viene después, a prueba de toda santa ¿pero tú corres?
Que nadie piense, si no corre,
que solo esto nos pasa a las corredoras urbanas, nada más lejos de la realidad.
También está la gente que, como nosotros, está habituada al sonido de las
pisadas rápidas y nos ceden sitio para que no perdamos nuestro ritmo y pasemos.
Los coches que paran con más metros de los necesarios para que sepamos que
podemos cruzar sin el peligro de que nos atosiguen. La gente que anima, sí y
mucho, en cualquier calle y reconoce el mérito de estar por ahí dando vueltas
con el frío, el calor, la lluvia; y si es conocido nos suelta un ¿hasta aquí
has llegado corriendo chiquilla? Los ciclistas que en verano, esperando a que
cambie el semáforo, ofrecen agua, tras mirarnos y comprobar que no llevamos. Y
lo más grande de todo es que, incluso corriendo solas, tenemos grandes
compañeros/as, esos seres que aunque no compartan los entrenamientos con nosotras
parece que los llevamos al lado…
Saludos, abrazos, besos,
María
Caballero
@MCG66Madrid
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarMaría , me ha gustado mucho la entrada, describes tan bien las diversas situaciones que me parece visualizarlas. Muchísima suerte en Sevilla.
ResponderEliminarPerfecta descripción.
ResponderEliminarA mi me hace gracia el que te pregunta eso de: Y de cuantos kilómtros es el Maratón ese de la San Silvestre?? jejejeje.
Un beso, amiga.
Totalmente identificada!!!! Jajajajjaja Buenisimo!
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