Madrid,
24 de abril de 2016 – 9:05 horas
No quería correr el maratón
de Madrid, al menos no tan pronto, deseaba que transcurriese más tiempo desde
el del 2014 y el siguiente en esta ciudad. No soy como otros maratonianos que,
edición tras edición, se colocan en la misma línea de salida para luchar un
recorrido similar. Sin ser supersticiosa, en este terreno sí lo soy y me entra
un desasosiego complicado de quitarme. Prefiero variar, incluso con el inconveniente
que supone una ciudad extraña, de calles que no me dicen mucho. No me gusta
hacer una y otra vez el mismo maratón, recordar el punto en el que me dio el
calambre, aquél en el las fuerzas iban muy justas, ese otro en el que los
dolores me hicieron dudar si alcanzaría la meta… prefiero dejar que el tiempo
emborrone los recuerdos.
El responsable de que hoy me cuelgue este dorsal es Chema Ocaña y su Comunidad del Anillo, por su propuesta de acompañarle en su debut en esta distancia. Finalmente, los planes no resultaron como deseábamos y, nuevamente, como es costumbre, lo corro sola.
El Parque del Retiro a las
7:30 horas de la mañana es un hervidero de corredores. A lo largo del Paseo de
Fernán Núñez no paro de encontrarme con gente conocida, tanto con los que se
dirigen al exterior del parque, al Paseo del Prado, como con los que, como yo,
van hacia el ropero. Es el mejor momento para pasar por el baño, las colas son
aceptables. El ropero va rápido, al llevar la mochila dentro de la bolsa
reglamentaria con la etiqueta pegada con el número de dorsal, la entrega se
agiliza bastante.
Foto de José María Facila |
A continuación, la idea es ir al Palacio de Cibeles para la foto de recuerdo con el resto de compañeros y con la gente que, a lo largo de la mañana, estará animando por las calles. Al pasar por los cajones, y verlos tan vacíos, el sentimentalismo de la foto se enfrenta a la realidad de conseguir un buen lugar en mi cajón, que supondrá situarme delante de muchos corredores. Tras dudar varios minutos, decido entrar, calentar y relajarme aguardando la hora de empezar.
Al principio la paz reina.
Algunos deben verme cara de saber de lo que va aquello y me preguntan por el
recorrido, si es tan duro como parece sobre el papel; otros, que harán la
media, si se enterarán o verán claramente el desvío a tomar… y así me olvido del
mordisco en el estómago que me acompaña desde que me levanté. Y llega el
bullicio. Múltiples voces, que se confunden con lo que nos trata de contar el
speaker, el remolino de pensamientos que llevo en la cabeza a ratos me impide
escuchar nada. Lo único que se me queda grabado es que protección civil
recomienda hidratarnos a conciencia, la temperatura a partir de las cuatro
horas en carrera, será alta.
Por fin anuncian la salida,
despegamos andando, durante metros y metros, hasta que no piso la cinta no
inicio un ligero trote, no merece la pena malgastar fuerzas en adelantos, ya
habrá tiempo de correr.
Del
Km1 al 10. Calentando.
No volveré a cometer el error
de comenzar demasiado fuerte los primeros kilómetros, ¿cuántas veces me habré
repetido esto durante los entrenamientos? Y ahora en el Paseo de Recoletos, en
cuanto logro espacio en el asfalto, descubro que voy acelerada. Trato de
acomodar el ritmo, de mantenerme en los seis minutos/km por el momento. La
gente va lanzada, nerviosa, gastando energías en zigzaguear de un lado a otro. Antes del Km2 me saluda Carlos Garrido Gutiérrez, en este instante nos desvirtualizamos.
Poco después sucede igual con Vizcacha
y Lisbeth Schou, tras unas breves
frases les veo avanzar entre los colores y los pierdo. Sobre el Km3, está David Villarino, en la acera, aguardando a alguien.
Hallamos un montón de gente
animando en la primera parte. En esta carrera, mi buena memoria no es
suficiente para recordaros y situaros a cada uno por las calles, hacía años que
no veía algo igual.
Los primeros kilómetros no
los defino ni más sencillos ni más cómodos, simplemente vamos descansados y
bromeamos con quienes coincidimos y de momento todo nos parece posible, eso sí,
en Madrid, son de subida. Además, es un tramo conocido, que hemos recorrido en
múltiples carreras, el Paseo de la Castellana, amenizado a la derecha con los
corredores de los 10K que corren hacia su meta.
Pronto llegamos al Km5, el primer avituallamiento, con la
carretera regada de tapones. En las primeras mesas no hay agua. Avanzo, dejo
pasar hasta tres mesas porque los corredores están apiñados frente a ellas, con
los voluntarios abriendo los plásticos y sacando botellas lo más rápido que
pueden, que para nosotros no es suficiente, me veo obligada a quedarme parada
hasta que, finalmente, me entregan una botella. Por suerte, va con el tapón.
Trato de huir lo más rápido posible, prestando mucha atención a lo que está
tirado por el asfalto, ya beberé más adelante. Los avituallamientos son todos
así. Nos toca aguardar. Parar. Desesperarnos. Hasta que nos largamos con el
líquido.
Es en el Km6 cuando me decido a abrir la botella, corremos muy pegados,
constantemente alguien que se acerca en exceso me hace tropezar con su pie.
Continuos empujones. Gente que a gritos pide paso. No logro tragar ni un sorbo,
cuando un golpe en el codo hace que me tire la totalidad del agua por encima,
la peor malparada es la malla, queda completamente empapada y yo, prácticamente
sin líquido.
Cuanto más nos acercamos a
las Torres Kio más público animando. A partir del Km7, en bajada, al tomar Bravo Murillo, sigue sucediendo igual,
estos primeros diez kilómetros se corren sin pensar, transcurren saludando,
recibiendo ánimos y sonriendo a la gente, conocida y desconocida. No hay que
dejarse atrapar por el ritmo de los que corren la media, a partir de este punto
se nota el acelerón que pegan.
De momento el escenario en
el que me he movido no me ha permitido pensar demasiado, lo que es bueno, ahora
llevo muy relajada la cabeza. El cuerpo también continúa genial.
Del
Km11 al 20. Hagamos bien las cosas.
Al enfilar Raimundo
Fernández Villaverde se agradece el tramo en descenso, vamos relajados y eso nos
permite seguir saludando a conocidos, como a Jaime Collado y Jaime
Quiroga sobre el puente.
Hace un kilómetro que debía
haber tomado mi primer gel, no me he atrevido a bajar la guardia y dejar de
prestar atención a la aglomeración de alrededor. Aguardaré un poco más. Tanto
Francisco Silvela como Serrano se suceden sin problema, 13 kilómetros menos que
quedan para el final. Y alcanzamos la separación de la media y el maratón, en
el Km13,5, a la fiesta de los corredores
despidiéndonos unos de otros se mezcla la que tienen montada los Drinkingrunners, bastante antes de
lograr verlos ya escucho las voces de Pablo
Carmenado y Alberto Barrantes
por el megáfono. Toca chocar manitas con los que están dispuestos en fila, Jorge Depe, María Matilla, Chema Ocaña
y demás compañeros a los que agradezco la dosis de energía que nos metéis en el
cuerpo para un largo trecho.
Adiós a Almagro y tras
superar el Km15 toca Santa Engracia
una de las zonas que no me gusta demasiado, se me hace larga y logra ponerme nerviosa,
por el deseo de dejarla atrás. Los voluntarios de Madridpatina comienzan a tener constante trabajo con el Reflex.
Quienes portan la vaselina apenas son reclamados por algún corredor. Es el
momento de agarrar la bolsa de pasas y entretenerme un rato masticando.
Me sitúo en el Km18 sin ninguna complicación, deseando
atravesar Gran Vía, con su clamor de público, una zona habitualmente concurrida
a diario, hoy lo está aún más.
El calor pesa. El sol
molesta. En cuanto diviso Preciados, el corazón se me acelera, siempre es así,
inevitable, era el lugar en el que año tras año aguardaba a mi hermano en sus
maratones. Gritan mi nombre a la izquierda, gracias Paloma Rodrigo por la foto.
Disfrutamos. Corremos. Hay corredores muy serios, no levantan la vista del suelo ni un solo segundo. La felicidad existe, para mí es este tramo desde Gran Vía hasta la entrada a la Casa de Campo, estaría recorriéndolo repetidamente hasta agotarme. Entre cientos de caras desconocidas, distingo la de Javi Pintos, con su camisa blanca impecable, metros antes de la Puerta del Sol. A partir de aquí temo no ver a Pedro, o que él no me descubra a mí y permanezca aguardando. Acordamos el encuentro en la calle Mayor, pensando que estaría más despajada y es casi como Navidad, cuando se espera a los Reyes Magos. Afortunadamente coincidimos, me relajo hasta nuestro siguiente punto.
Algo más adelante, nuevamente instalados Jaime Collado y Jaime Quiroga.
Disfrutamos. Corremos. Hay corredores muy serios, no levantan la vista del suelo ni un solo segundo. La felicidad existe, para mí es este tramo desde Gran Vía hasta la entrada a la Casa de Campo, estaría recorriéndolo repetidamente hasta agotarme. Entre cientos de caras desconocidas, distingo la de Javi Pintos, con su camisa blanca impecable, metros antes de la Puerta del Sol. A partir de aquí temo no ver a Pedro, o que él no me descubra a mí y permanezca aguardando. Acordamos el encuentro en la calle Mayor, pensando que estaría más despajada y es casi como Navidad, cuando se espera a los Reyes Magos. Afortunadamente coincidimos, me relajo hasta nuestro siguiente punto.
Algo más adelante, nuevamente instalados Jaime Collado y Jaime Quiroga.
No sé si debido a la alegría
que llevo dentro o a que empiezo a bajar la guardia, si no es por un chico que
me agarra del brazo allí termino la mañana, antes de ver Bailén. Tropiezo en un
gran socavón de la carretera y casi caigo de cabeza.
La idea era, ritmo constante
y no forzar antes de la media.
Del
Km21 al 30. Objetivo: salir entera de la Casa de Campo.
Las emociones del momento no
han desaparecido. La grandeza de la
Almudena y el Palacio Real contrasta con el tamaño de los corredores. Veo
grupos de gente cantando, con panderetas, pompones…, a Agustín Rubio, como todos los años, y sus Tigers y, cómo no, al
jefe gacela, Román, también habitual
de este rincón.
En la calle Ferraz superamos
el Km21 con fortuna. Y nuevo avituallamiento
al que se une el plátano, a los tapones y vasos, ahora añadimos la colección de
cáscaras sobre el asfalto. Hay que correr como por un campo minado, sin dejar
de mirar dónde colocamos los pies.
Conviene ir centrando la
cabeza en la parte final. Principalmente para los kilómetros en los que la
animación disminuye bruscamente y el cansancio puede hacer mella en nosotros.
Somos muchos más los que competimos solos que los que marchan agrupados. Me da
por observar las caras de los corredores y la concentración o el retraimiento
es lo que destaca en la mayoría de ellas.
Del Paseo de Ruperto Chapí a
la larga Avda. de Valladolid. En el Km24
decido tomar un gel, lo abro, y me distraigo con una chica que lucha para que
su perro deje de ladrar, al animal no le gusta tanta gente moviéndose frente a
su hocico, la humedad que recorre mi mano me devuelve a lo mío. La mitad del
gel corre entre mis dedos, me veo obligada a malgastar casi toda el agua en
limpiarme la mano. En Príncipe Pío reaparece el público, nos aplauden, agitan
banderitas… es inevitable creerse importante, los críos incesantemente asienten
con la cabeza y sonríen al mirarnos.
En el Km26 llega el siguiente avituallamiento. Alargo la mano,
instintivamente, y en lugar de una botella me plantan dos geles, también
pegajosos, ahora llevo ambas manos en condiciones lamentables. Unos metros más
adelante recojo el agua que sé que voy a malgastar, por lo que decido tomarme
un vaso de Powerade y de cabeza a la Casa de Campo.
No tiene que ver esta parte
ahora con la que hubo hasta 2013. Personalmente me relaja, me permite
establecer un esquema de la situación y meditar cómo afrontar los últimos
kilómetros. Además, tantas tardes metida aquí entrenando, sola, deben servir
para algo. Junto al camino, corredores estirando, sentados en el suelo
retorcidos de dolor, caminando cojeando… no es alarmante, aunque ellos no
piensen igual, en el maratón hasta la más leve rozadura ya es una gran
contrariedad y estas paradas por el Km27
y 28 pasan factura. Me alegro mucho
de ver a Susana Izquierdo, siempre me grita con tanto entusiasmo “vas genial
María” que me lo creo totalmente.
Según me acerco al metro de Lago nuevo acelerón del corazón. Aquí sí que necesito ver a Pedro, regarme prácticamente con el Reflex, los gemelos llevan rato dándome ligeros pinchazos y la cintilla izquierda ya es una parte que no dejo de tener en cuenta ni un instante. Se le ve bien. Está situado alejado del tumulto pegado a la estación. ¡Qué casualidad que también se hayan situado allí Rafa Gómez Cambronero y Jose Escudero! El próximo encuentro será en el Retiro, él tiene muy claro que llegaré, yo… creo que también lo siento así. Queda lo más intenso. Del Paseo de la Puerta del Ángel, a la Avenida de Portugal, con su pronunciada bajada, a la gloria, o al infierno, depende.
He logrado completar los 30
kilómetros en menos de tres horas.
Del
Km31 al 40. El momento de la verdad.
La sucesión de paseos que
nos aguardan no lo son en absoluto en estos momentos para nosotros, de la
Ermita del Santo a la Virgen del Puerto. Las piernas van cargadas, el cansancio
se nota, este tramo no es bonito precisamente. A partir del Km33 subimos, cada zancada hay que
medirla bien, ir pendientes de no tropezar con los compañeros que se paran en
seco, de los peatones que se ponen nerviosos y cruzan por el medio,
obligándonos a frenar.
Kilómetros en los que pienso
poco sobre lo que sucede en ese instante, quiero llegar a Atocha, la antesala
del sueño, inevitable replantearse el sufrimiento que supone correr un maratón,
si ahora tuviese que tomar una decisión sería la de no correr nunca más otro,
así de claro lo tengo, así de tontos son los pensamientos que me asaltan cuando
las fuerzas merman.
El en Km35 decido tomar el último gel. Los voluntarios no paran de
gritarnos que lo hemos logrado, que el final está muy cerca, sí, o lejos, las
diversas visiones varían según la situación de cada uno. Reconozco que no he
llegado tan genial en ningún otro maratón como hoy, según lo pienso, me recorre
un escalofrío por la espalda, aquí no hay nada ganado hasta acabar por
completo.
Mi ritmo ha caído, la
zancada es más corta, no dejo de avanzar. Muchos corredores andan, otros se
rinden en este punto, los brazos abatidos y la mirada baja hacen pensar en la
derrota. No hay que dejarse arrastrar, solo seguir… continuar… paso… paso…
Veo el cartel del Km36, el conocido Paseo de las Acacias,
innumerables las veces que he transitado por aquí. En cuanto supere la Glorieta
de Embajadores de nuevo llegará el tumulto y la animación. Sentir a la gente
renueva las fuerzas, quedan pocas, pero las hay. La anhelada Atocha y a proseguir
con la subida, manteniendo la distancia de seguridad para evitar chocar con
quienes se clavan sobre el asfalto. Alrededor gente llorando, andando, para
algunos no está todo perdido. Es el momento de ¿y si me pasa lo mismo? No, hoy
no es el día, quizás otro… esta mañana he salido a ganar, sé que en cuanto
traspase la barrera de animación de los DrinkingRunners
en el Km39 iniciaré un leve paladeo
de disfrute, tímido, cauto, no conviene despreciar ni los ciento noventa y
cinco metros, nunca se sabe, solo se termina del otro lado del arco.
Foto de @Edutri3 |
Efectivamente, ese punto es
un gran empuje. Primero veo a María
Matilla, le estrecho fuerte la mano. A continuación todos los demás
Drinking. Maite Rodríguez, pizarra
en mano, se lanza a correr a mi lado, me grita, me pregunta cosas… llevo la
emoción clavada en la garganta, complicado hablar en estos momentos. Solo puedo
darle las gracias, repetidamente. Mientras me despido, aparece Pablo Carmenado, sé que está contando
algo por el megáfono al resto de la gente, no logro atrapar las palabras, se
interesa por mí y me grita “vas genial, vas muy fuerte”. En parte tiene toda la
razón, llego mejor que en otras ocasiones al Km40, Goya y Velázquez me renuevan los ánimos.
Foto de Maite Rodríguez |
Foto de Drinkingrunners |
Del
Km41 a Meta. Los sueños se cumplen.
El tramo final es una
película a cámara muy rápida, aunque el ritmo no lo sea. Las imágenes se
suceden encadenadas sin darnos tiempo a asimilarlas. Por Príncipe de Vergara en
el Km41, no puedo decir que me
entere perfectamente de lo que sucede alrededor. Corro en automático, con la
visión de la meta clavada en la mente. En un giro leve de cabeza descubro en la
acera a Raimundo Zárate y Belén Delgado, los recuerdos de mi
primer maratón pasan rápido en segundos. Retomo la concentración, tanto, que
casi choco con Christian Camacho
cuando se coloca delante para fotografiarme.
No quiero mirar a nadie más.
Deseo entrar en el Retiro. Esa valla y el contacto con el Paseo de Fernán Núñez
me inundan de fuerza. Podría tratar de igualar la marca anterior de Madrid,
podría centrar la mirada en el crono y correr… correr, no es éste mi deseo, en absoluto.
Muy al contrario demoro la marcha, disfruto del momento, saboreo la dicha que
siento. Busco a Pedro entre la multitud del lado izquierdo.
Logro distinguir a Fco. Javier Domínguez, que afirma con la cabeza y me sonríe. Y por fin, el rostro de Pedro, le grito con todas mis ganas “lo he logrado”, y salto, moderadamente, no vaya a fastidiarlo ahora. Cruzo la meta sin poder dejar de sonreír, completamente llena de energía interior, que contrasta con el gran cansancio que se ha apoderado de mi cuerpo. Recojo la medalla y al sentir su tacto sé que volveré a hacerlo, este maratón no será el último.
Me siento satisfecha, de lo logrado, de lo aprendido, de lo vivido, de todo lo que se puede compartir en unas cuantas horas.
Logro distinguir a Fco. Javier Domínguez, que afirma con la cabeza y me sonríe. Y por fin, el rostro de Pedro, le grito con todas mis ganas “lo he logrado”, y salto, moderadamente, no vaya a fastidiarlo ahora. Cruzo la meta sin poder dejar de sonreír, completamente llena de energía interior, que contrasta con el gran cansancio que se ha apoderado de mi cuerpo. Recojo la medalla y al sentir su tacto sé que volveré a hacerlo, este maratón no será el último.
Me siento satisfecha, de lo logrado, de lo aprendido, de lo vivido, de todo lo que se puede compartir en unas cuantas horas.
Foto de Vizcacha |
Fotos de José Luis Basalo |
Saludos, abrazos, besos,
María
Caballero
@MCG66Madrid
Una desvirtualización fugaz la nuestra. :) Como tú, también corrí el último Mapoma en 2014 y también sentí que volvía a correrlo demasiado pronto, sin darme tiempo a echarlo de menos. Siento que ya lo he corrido en demasiadas ocasiones y necesito nuevos aires, nuevas calles. Ya veremos. Pero ni siquiera este año cruzando la puerta del Sol y la calle Mayor sentí "eso"...
ResponderEliminarLo de los agobios no los viví tanto como tú, pero lo de Ferraz fue terrible. Un compañero justo delante de mí hincó las rodillas en el suelo tras resbalar con una piel de plátano. Quizá deberían darnos unas clases de urbanidad runner. Por no hablar de los grupos de amigos tirándose sonoramente pedos y riendo como si aquello fuera super gracioso. A uno tuve que preguntarle si corría o se propulsaba. Te juro que esa desvergüenza no la había visto nunca hasta esta edición en Madrid... y he corrido 13 maratones. Bueno, nos quedaremos con lo positivo.
Un abrazo. Nos vemos en las carreras.
¡Enhorabuena María! Completar un Maratón debe ser increíble. Y tú lo has hecho de forma genial :) Fijo que estás pensando en la próxima.
ResponderEliminar¡Saludos!
Maria este año me quedo sin Maratón, pero con crónicas como la tuya es como si lo corriera en primera persona.
ResponderEliminarEl año que viene si espero estar en la salida.
BSS
¡Enhorabuena! Yo estuve en Madrid la semana antes de la Maratón, aunque por motivos que no tienen nada que ver con correr y la verdad es que los días que estuve, me rondó mucho por la cabeza que esa es una de las que tengo que correr algún día. Crónicas como la tuya me sirven de motivación para que ese día cada vez esté más cerca. A ver si en 2017...
ResponderEliminarBuena carrera y muy chula tu entrada del blog. Enhorabuena de nuevo!!!