Madrid, 1 de marzo de 2018
Durante la preparación de
mis primeros maratones estas cuestiones ni me las planteaba, bastante tenía con
controlar el miedo a lo desconocido, autoconvencerme de que podía superar esa
tremenda distancia, y creer ciegamente, sin constatar, en lo que leía o
escuchaba de que si lograba correr 30 entrenando, conseguiría completar los 42
y pico el día señalado.
A medida que han aumentado
el número de maratones, lo más duro de seguir un plan es renunciar a tantas
cosas para lograr llegar con una preparación adecuada a la salida, y evitar
hacer muchas por no lesionarme, no agotarme, estar descansada para las tiradas
largas, en definitiva, renuncias... y más renuncias. Es como encontrarme con
las manos atadas durante tres meses y no parar de ver carreras, quedadas,
planes de fines de semana… y no permitirme agarrar nada de eso. No sé si os
sucede igual pero a mí justo cuando no puedo es cuando más me interesa todo. En
otro momento, igual ni me lo plantearía, es encasillarme en el período de “¡peligro,
a ver qué haces!” y me cambian los gustos.
También me planteo que igual
esta impresión de pérdida que siento no es solo por lo esclavo que es el plan,
que es más por la edad, y por la sensación de que cuanto más corro yo más corre
mi calendario, y los meses se esfuman sin poder realizar lo planeado, porque el
día 1 anoto mil actividades, y cada semana se van cayendo unas cuantas, y al
final de mes, no he logrado ni la mitad. Cuando el plan maratón aparece, en un
mes lo que más destaca es entrenar para él, y tachado hay poco porque lo
fundamental es cuadrar los kilómetros semanales como sea, me da la sensación de
que no vivo, o lo hago a medias, y lo que antes me parecía que era pasión, ya
no lo es tanto, miro al maratón a los ojos y me sigue gustando, y tan solo su
nombre me provoca cosquilleos en el estómago, y cuando otros me hablan de él no
se me va la media sonrisa y mi cabeza trata de imaginar cómo serán esos
kilómetros en esa ciudad o país que ni conozco.
Mi amor por esta distancia
sigue ahí, creo que desde la primera vez que se prueba es adictiva, se mete tan
dentro que vivir separados cuesta. Y me gusta descubrir en el resto esa mirada
diferente de quienes están preparando uno, porque, fijaros, la forma de mirar
varía, y ese leve y permanente nerviosismo con el que convivimos, también
difícil de captar, que no nos abandona hasta cruzar la meta. Lo que va dejando
de apetecerme es entrenarlo, porque el plan maratón es una dedicación egoísta de
tiempo a nosotros mismos, que implica un desdoblamiento que hace que estemos
sin estar, porque nuestro cuerpo ahí anda, pero ¿nuestra cabeza dónde se halla?,
un cierto distanciamiento de la gente, al convertirse en nuestro prioritario
interés entrenar, y lo que me resulta más cruel de todo, el plan maratón es una
lotería con apuesta ganadora que sacamos el primer día y que en cualquier
momento nos pueden arrebatar, aunque para que no suceda vamos a agarrar bien
fuerte el boleto y no lo soltaremos hasta superar la meta de nuestros 42 y
pico.
Hasta que vuelva.
María
Caballero
@MCG66Madrid